Después de que Moisés murió, Dios eligió a Josué como el nuevo líder del pueblo de Israel. Él debía guiarlos hasta la tierra prometida, la que Dios había preparado para ellos. Pero había un gran problema: en esa tierra vivían pueblos muy fuertes y protegidos.
La primera ciudad que debían conquistar era Jericó. Jericó estaba rodeada por unos muros enormes y muy altos. Eran tan fuertes que parecía imposible entrar. Los soldados de Jericó confiaban en que nadie podría vencerlos.
Pero Dios habló con Josué y le dijo:
—No tengas miedo. Yo he entregado Jericó en tus manos. Esta ciudad caerá, pero no por tu fuerza ni por las armas, sino porque yo estoy contigo.
Luego Dios le explicó un plan muy extraño:
—Durante seis días, tú y todo el ejército marcharán alrededor de la ciudad una sola vez cada día. Los sacerdotes llevarán trompetas hechas de cuerno de carnero, y el arca del pacto irá con ustedes. Pero nadie debe gritar ni decir una palabra.
Josué escuchó con atención y obedeció. Cada día, el pueblo marchaba alrededor de los muros de Jericó en silencio, mientras los sacerdotes tocaban suavemente las trompetas. La gente de la ciudad miraba desde arriba y se preguntaba qué estaban haciendo.
Durante seis días, lo mismo se repitió: una vuelta alrededor de Jericó, silencio absoluto, y regreso al campamento.
Pero el séptimo día, Dios les ordenó algo diferente. Josué dijo al pueblo:
—Hoy marcharemos siete veces alrededor de la ciudad. Y cuando los sacerdotes toquen las trompetas, todo el pueblo gritará con todas sus fuerzas.
Así lo hicieron. Una vuelta, dos vueltas, tres vueltas… hasta completar siete. Al final, los sacerdotes tocaron fuerte las trompetas y Josué gritó:
—¡Griten, porque Dios nos ha dado la ciudad!
El pueblo levantó su voz con un gran grito. Y en ese momento ocurrió algo sorprendente: ¡los muros de Jericó se derrumbaron por completo! El pueblo de Israel entró y conquistó la ciudad, tal como Dios lo había prometido.
Ese día, Josué y el pueblo aprendieron una lección muy importante: la victoria no depende de la fuerza, ni de las armas, sino de la obediencia y la fe en Dios.

Enseñanza para los niños:
A veces los problemas que enfrentamos parecen muros enormes imposibles de derribar. Pero si confiamos en Dios y obedecemos sus instrucciones, Él nos da la victoria de maneras que ni imaginamos.
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