Cuando Dios terminó de crear el mundo, había hecho algo maravilloso: un lugar hermoso lleno de árboles, flores, ríos y animales de todo tipo. Ese lugar se llamaba Edén, un jardín perfecto donde reinaba la paz y la alegría.
Allí Dios puso a los primeros seres humanos que había creado: Adán y Eva. Ellos eran muy especiales, porque Dios los había hecho a su imagen y semejanza, y les dio la capacidad de pensar, hablar y amar.
Dios les dijo:
—Todo lo que ven es para ustedes. Pueden disfrutar de los frutos, cuidar de los animales, caminar entre los ríos y descansar bajo los árboles. Este jardín es su hogar.
Adán y Eva vivían felices. Cada mañana recorrían el jardín, escuchaban el canto de los pájaros y jugaban con los animales. No había miedo, ni dolor, ni tristeza, porque todo lo que Dios había hecho era bueno.
Pero Dios también les dio una instrucción importante:
—De todos los árboles del jardín pueden comer, menos de uno: el árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comen de ese fruto, morirán.
Adán y Eva escucharon y obedecieron, porque sabían que Dios los amaba y quería lo mejor para ellos.
Durante mucho tiempo vivieron en paz, cuidando del jardín y disfrutando de todo lo que tenían. Eran amigos de Dios y hablaban con Él, pues cada tarde el Señor caminaba con ellos en medio del Edén.
El jardín era un lugar perfecto, lleno de vida, donde Adán y Eva aprendieron que obedecer a Dios y cuidar de su creación era el camino para vivir felices.

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